abril 13, 2005

Hawking Superstar


Fotografía de la galaxia Circinus tomada
por el telescopio Hubble: NASA.
Fotografía de Stephen Hawking y
manipulación digital:
Mauricio-José Schwarz.


Los fotógrafos y cámaras se arremolinan, empujándose para obtener la ansiada imagen. El numeroso público que espera pacientemente en la calle deja escapar gritos al ver acercarse al objeto de su interés. Los aplausos suenan espontáneos, sin duda entusiastas.

Quien llega no es un futbolista, un cantante, ni siquiera un político carismático, sino un científico, probablemente el más conocido y leído del mundo, inconfundible por la silla de ruedas a la que lo ha confinado su parálisis casi total. Un científico que realmente nos descubre los grandes misterios del universo utilizando la razón, la curiosidad y la duda.

Stephen Hawking, es, además, el primer divulgador científico después de Carl Sagan que vende millones de ejemplares de sus libros, en particular del primero, la Breve historia del tiempo. Estuvo en España, concretamente en Asturias, para pronunciar una conferencia dando inicio a las celebraciones por el 25 aniversario del Premio Príncipe de Asturias y para lanzar su nuevo libro, Brevísima historia del tiempo, que ha decidido publicar en español y lanzar aquí seis meses antes de que el volumen aparezca en inglés.

En primer lugar, la conferencia, con la presencia de los Príncipes de Asturias. No la voy a reproducir aquí, pero usted puede (y yo diría que debe) leerla en El Comercio Digital (añado otro enlace a la Fundación Príncipe de Asturias porque luego los enlaces a periódicos se hacen humo). En ella, desarrolló una explicación didáctica de cómo puede ser la historia del universo y, como contrapartida, cuál es el papel de la física en el proceso de entender al universo, incluso llegando a aceptar que es imposible saber por qué el universo es como es.

En segundo lugar, el libro. Brevísima historia del tiempo es un remake del libro original, como resultado de todos los comentarios que Hawking ha recibido en los últimos 17 años sobre él. Sorprendido ante las cifras, que indican que una de cada 750 personas del planeta compró un ejemplar, emprende la tarea de rehacerlo de forma más clara, más fácil de entender, con ilustraciones que parecen ser una consecuencia directa del éxito comunicacional que tuvieron las excelentes ilustraciones de El universo en una cáscara de nuez.

Tanto la conferencia como el libro parten de una convicción no explícita, pero evidente: la gente común y corriente puede entender lo que hace la ciencia. Quizás no podamos hacer grandes descubrimientos, pero podemos entenderlos, del mismo modo en que podemos entender una carrera de Fórmula 1 y muchísimos aspectos de los automóviles que en ella compiten, sin que por eso estemos capacitados ni para pilotar uno como Alonso ni mucho menos para diseñarlo como Densham (diseñador de Renault).

Sí, todos podemos entender la ciencia y podemos tener una visión científica, crítica, racional y comprometida de nuestra realidad, aunque no podamos aportar, por falta de herramientas matemáticas y conceptuales, nada para enriquecer la visión de Hawking por cuanto a los primeros instantes del universo o la evaporación de los agujeros negros.

Compárese esto con dos características de los charlatanes.

La primera es que los Grandes Charlatanes (o GC) consideran que "investigar" no es pensar, diseñar, preguntar, evaluar, medir, pesar, repensar, crear hipótesis y someterlas a pruebas rigurosísimas, contar, replantear y volver a repensar. No. "Investigar" es ir a algún lugar que haya sido mencionado en los medios de comunicación y tomarse una foto haciendo alguna pendejada que parezca trascendente, sin método ni hipótesis, ni rigor ni nada que no sea juntar material para escribir un libro absolutamente vacío que les forre el bolsillaje.

Claro que esto no es "investigar", sino, cuando mucho, "himbestigar", neologismo que describe los rituales crédulos de los GC y de los paranormalólogos en general.

Para el charlatanaje en pleno, un personaje como Hawking carece de todo valor porque no se pone un disfraz de Coronel Tapioca y se va al principio del universo para himbestigarlo, o a un agujero negro en el centro de la galaxia, o cuando menos al lugar donde dos aldeanos con ansias de notoriedad dicen que vieron al chupacabras (razón por la cual, en toda lógica, se procuran la presencia de unos chupapitos con ansia de reflectores para que hagan cirquito y repartan los beneficios).

En segundo lugar, los poco avispados GC o himbestigadores creen que pueden develar los grandes misterios del universo haciendo la misma estupidez una y otra vez, sin avanzar nunca, sin aprender qué sabe ya la ciencia y cómo lo sabe (ni sus descubrimientos ni su método, que deberían al menos admitir que es asombrosamente eficaz, les preocupan, basta ver las burradas que dicen sobre lo que creen que es el método científico). Después de todo, si develaran los supuestos misterios que supuestamente investigan, se quedarían sin clientela y sin libros qué escribir. Viven del misterio, su negocio es que el misterio lo siga siendo, aunque sea imaginario, como lo señala Lola Cárdenas en su blog, en las entradas dedicadas a las jornadas parapsicológicas de la SEIP a las que asistió con un espírituo de sacrificio difícil de igualar.

Quizá por eso, a lo largo de toda la historia humana, la charlatanería no ha aportado nada al conocimiento humano, no ha develado un solo misterio y sólo ha servido de desplumadero y paja mental en un mismo frasquito.

Lo importante, sin embargo, en mi apreciación, es la dimensión humana del genio británico.

Es muy fácil caer en la admiración melodramática por todo lo que ha logrado Stephen Hawking siendo víctima de una grave enfermedad degenerativa que debió haberlo matado hace muchos años. Pero eso no pasaría del nivel superficialísimo que caracteriza a la televisión basura, la prensa del corazón, los cónclaves parapsicológicos, las alertas ovni y las jornadas ocultistas.

La dimensión humana a la que me refiero es la de un personaje que lo tiene todo, pero sigue estando movido ante todo por la pasión de saber. Ojo, no de creer que sabe, sino de obtener conocimientos reales a los que luego se tortura en pruebas despiadadas para confirmar si son conocimientos reales o simples fantasías. Y ojo, cuando digo "tener todo" hablo de dinero, admiración, posición, un lugar garantizado en la historia de la humanidad (que nunca ocuparán los que hoy ordeñan a San Malaquías a cambio de que les arrojen unos euros) y el cariño de muchas personas que ni siquiera saben qué es la astrofísica, pero coligen hábilmente que es importante.

La pasión por saber es lo que distingue quizá con más claridad a la ciencia de la charlatanería pseudocientífica. La ciencia busca saber, pese a tener la convicción de que no lo podrá saber todo nunca (y teniendo presente que, como dijo Hawking en esta visita, ser dios y saberlo todo debe ser muy aburrido). La pseudociencia busca fingir saber acudiendo a ciertas formas de la intuición que nunca, repito, nunca se atreven a poner a prueba, por temor a que su castillo de fantasías se vaya para el carajo, porque no soportan la idea de que la colección de vaguedades que llaman "conocimiento" resultara falsa.

La pasión por saber enfrenta en duelos de inteligencia y de pruebas a científicos que tienen hipótesis de trabajo distintas, cada uno tratando de encontrar evidencias suficientes para sustentar la suya (el caso de Stephen Jay Gould y Richard Dawkins me viene a la mente). La ausencia de esa pasión se hace evidente en la forma en que la pseudociencia da la misma validez a todas las explicaciones que sus adeptos pueden discurrir, que considera que todo es cosa de opiniones y no de hechos, y que finalmente todos maman de la misma teta.

Baste recordar cómo aplauden como focas los expertos para anormales cada vez que alguien saca una nueva teoría de dónde estuvo la Atlántida, y se palmotean mutuamente las espaldas y se invitan a sus saraos anencefálicos en radio, prensa y televisión. (De hecho, lo difícil hoy en día es escribir un libro sobre algún lugar que quede en el mapamundi en el que no esté la Atlántida.)

La pasión por saber es la enemiga natural de los charlatanes, porque para saber y estar razonablemente ciertos, hay que probar intensamente y con rigor metodológico. Por eso, cada vez que se les sugiere que pongan a prueba sus maravillas (por ejemplo aceptando el reto del millón de dólares de James Randi), acuden a todo tipo de argucias, pretextos, coartadas y fingimientos de ataques de demencia. Eso es requisito para mantener su sistema de creencias irracionales incólume, y poder decirse a sí mismos y a sus cófrades que están "estudiando" grandes misterios inexistentes mientras otros, menos temerarios, más humildes, más eficaces y más rigurosos, se ocupan pacientemente de explicar algo de los verdaderos misterios del universo, la vida y todo, como diría Douglas Adams.

Todas las fotos: Mauricio-José Schwarz para Zuma Press. No se permite la reproducción sin permiso.

(Por cierto, a ver si el sinvergüenza pillastre de Manuel Capella, segundo vicepresidente de la SEIP, se controla un poquito y no se las roba como mantiene el robo continuado de un autorretrato mío [más o menos a la mitad de la pagineja] cuyos derechos de reproducción usurpa con todo descaro con el infantil objetivo de denigrarme supuestamente por mi aspecto porque ante las ideas y razones es impotente, el pobre.)